En una ciudad donde las propuestas para conocer gente suelen parecerse demasiado, un joven coreano decidió cambiar las reglas del juego. En pleno Villa Pueyrredón, Samune –más conocido como “el coreano Samu”– convirtió la terraza de su casa en un punto de encuentro para desconocidos que buscan compartir un buen asado, conversar y, tal vez, empezar nuevas relaciones en un entorno distendido y sin presiones.

La idea, que fusiona lo mejor de la gastronomía argentina con sabores típicos de Corea del Sur, nació casi por casualidad, pero en poco tiempo se volvió viral. Samu propone una experiencia simple pero potente: reunirse alrededor del fuego durante cuatro horas, compartir una mesa con extraños y dejar que la comida haga de puente. “No hay pulseras ni juegos dirigidos, solo ganas de compartir”, dice.

¿Cómo llegar?

El acceso no es público: la dirección exacta llega por WhatsApp una vez hecha la reserva, que cuesta $39.000 e incluye un menú abundante con carnes criollas (chorizo, morcilla, asado, picaña) y platos coreanos caseros como kimchi, pan chan y una bondiola marinada durante 48 horas en salsa agridulce picante. Las bebidas alcohólicas, como el soju –licor coreano de arroz–, se pagan aparte.

Las cenas se desarrollan en mesas comunitarias, donde los teléfonos pronto se guardan y las charlas brotan sin esfuerzo. Samu, que alterna frases en español con acento porteño y expresiones en coreano, actúa como anfitrión, cocinero y, cuando hace falta, maestro de ceremonias. Propone juegos típicos de su cultura que rompen el hielo y hacen reír. “El que pierde, toma”, resume entre risas.

Cómo comenzaron las reuniones de Samu

Lo que comenzó como una reunión con amigos para festejar un cumpleaños, explotó en popularidad tras un video publicado por el influencer Alan Gold, que mostró la experiencia completa: la carne humeante, la música, los brindis y las miradas cómplices entre extraños que se animaron a salir de la rutina.

Desde entonces, las reservas no paran. Aunque el cupo es limitado a 12 personas por noche, llegó a recibir hasta 14 invitados por error. “Ahora lo hago una o dos veces por semana, pero es agotador. Me levanto temprano para ir al matadero y después cocino y atiendo. No es tan rentable como parece”, reconoce. Por eso, pronto reducirá la frecuencia a una vez por mes.

Detrás del personaje está un hombre multifacético: estudió más de 80 carreras, trabajó en oficios diversos y su último empleo fue como traductor en una minera de litio en la Puna. “La paga era buena, pero el aislamiento me mataba”, confiesa. De ahí que su proyecto tenga también un componente emocional: “Entiendo lo que es sentirse solo. Por eso quiero que quienes vengan se sientan acompañados”, asegura.

Algunas personas llegan con timidez; otras, con ganas de hacer amigos o conocer a alguien especial. Samu cree que ya se formaron al menos dos parejas entre sus comensales, aunque no lo puede confirmar. “Cada noche tiene su energía. Hay veces que no digo nada y fluye, otras donde tengo que guiar. Pero siempre pasa algo lindo”, cuenta.

Mientras se prepara para retomar la vida de oficina con un nuevo trabajo estable, Samune no piensa abandonar su proyecto. “Me gusta mucho. Lo seguiré haciendo, aunque sea una vez por mes. Ya tengo 37, necesito algo más fijo. Pero esto... esto me llena el alma”.